Un planeta que se debate entre unificar y fragmentar

Desde que el humano comenzó a tener cierto control y dominio sobre los recursos naturales nos hemos disputado constantemente el qué hacer con ellos. Si bien no siempre se pensó en qué hacer responsablemente, las diferentes formas en las que hemos poseído históricamente a la naturaleza nos han llevado al caos total. Hoy en día vivimos en crisis -no sólo ambiental, sino climática y social- por no saber cómo relacionarnos sosteniblemente con la naturaleza y sus recursos. En la década de los ochenta esta situación se volvió aún más evidente y se comenzó a hablar sobre el claro declive de la biodiversidad; desde entonces nos hemos preocupado un poco más por conservarla.
Entre compartir nuestro espacio con el resto de la naturaleza o segregar a cada quien a su debida localidad, nace un debate -hace aproximadamente quince años- que se encuentra latente al día de hoy y no presenta respuesta sencilla. Si bien es difícil conocer su inicio exacto, definitivamente dichas posturas surgieron posteriores -y como réplica- a un discurso que industrializó el hambre: ¿qué tan benéfica fue la Revolución Verde, y realmente ésta acabó con la hambruna como dijo hacerlo?
La respuesta es obvia: no. Para contextualizar un poco comencemos diciendo que la Revolución Verde fue el parteaguas de la industrialización de la agricultura. A partir de ésta, la introducción de maquinaria agrícola, agrotóxicos, sistemas de riego y variedades resistentes a climas y condiciones extremas fue la norma. Lo anterior bajo el supuesto de que la agricultura tradicional no era lo suficientemente productiva, y por ende, jamás íbamos a lograr una producción capaz de acabar con el hambre mundial. No obstante, la Revolución Verde sí logró producir más alimentos. De hecho produjo tantos que hoy en día casi la mitad de los productos agrícolas que existen se desperdician. Produjo tantos que la calidad nutricional bajó y comenzamos a consumir cereales que prácticamente son sólo carbohidratos y nada de vitaminas ni aminoácidos esenciales (Sands et al., 2009). Todo lo anterior, evidenció que el problema no era el hambre, sino la pésima distribución de la riqueza. De la mano de esta producción agrícola industrializada vino la expansión, el desmonte y la pérdida de hábitat y biodiversidad. Sabemos que hoy en día una tercera parte de las zonas emergidas del planeta le pertenecen a la agricultura convencional (Díaz et al., 2019) y sabemos también que el 70% de los alimentos que consumimos los produce el campesinado del mundo con el 30% de las tierras disponibles (ETC Group, 2017). Estos datos se contradicen, o quizá más bien son prueba del vacío que existe entre la agricultura convencional y la alimentación de la gente.
Si bien no podemos decir que los objetivos últimos de la Revolución Verde fueran dañar profundamente al planeta y mentirle a la gente que creyó en ella, esto fue lo que terminó sucediendo. Sin embargo, con esta problemática -crisis ambiental, social y climática- ya en cara, se empezaron a buscar estrategias que pudieran minimizar esos "trade-offs", es decir, ventajas y desventajas existentes entre la relación de la agricultura (esencial para la vida) y la biodiversidad (también esencial para la vida). Por un momento el gremio científico creyó que eran dos conceptos incompatibles, hasta que surgieron dos formas de entender esta intersección.
Por un lado, hay quienes defienden una postura llamada land sparing que implica la intensificación de la agricultura en zonas bien delimitadas de tal forma que entonces podamos destinar zonas aún más grandes para la conservación prístina e intocable de la biodiversidad. Por otro lado, hay quienes defienden una postura contraria conocida como land sharing que habla de la unificación de la agricultura a pequeña escala y poco intensificada con el medio silvestre. Al parecer escoger una postura desde este punto del texto pueda ser sencillo. Muchos de nosotros diríamos que intensificar un área de producción sería un error, ya que es similar al panorama que hemos estado viviendo últimamente. Algunos otros, diríamos que las especies que habitan el planeta no son funcionales por igual ecológicamente hablando, por lo que construir un continuum de naturaleza podría atentar contra su supervivencia. Como se enfatizó anteriormente, no es un debate sencillo. Disectaremos estas ideas para entender porque no es trivial escoger uno u otro, o quizá ninguno, o también, ambos.
¿Qué es un límite territorial? ¿No es éste sólo una invención humana? La naturaleza no distingue límites: algunas aves migran, el polen y las semillas se transportan por enormes distancias, algunos mamíferos son nómadas, otros simplemente recorren kilómetros y kilómetros diariamente mientras que el ser más grande del mundo es un hongo que conecta bosques enteros bajo la tierra, sin importar las fronteras. La naturaleza no reconoce los límites de los parques naturales o de las reservas ecológicas, por lo que resulta iluso pensar en compactar la naturaleza en un área delimitada, por más grande que ésta pueda ser. Una de las críticas más robustas a la postura de land sparing implica la poca conectividad que puede existir entre dos áreas de naturaleza prístina. Como menciona Claire Kremen, esta postura "no evalúa las consecuencias a largo plazo de aislar especies en áreas protegidas rodeadas de matrices inhóspitas" (Pearce, 2018) siendo estas matrices inhóspitas parcelas de agricultura convencional, ciudades, incluso una carretera que divide dos áreas naturales, un proyecto turístico y demás. Una consecuencia real de la fragmentación del territorio es la extinción. Situación que ha caracterizado los últimos siglos en el planeta Tierra.
Por otro lado, un punto a favor del land sparing es que muchas especies endémicas son sumamente frágiles, por lo que introducir en su hábitat -posiblemente ya remanente- una actividad productiva -por sostenible que sea- como lo puede ser un bosque comestible o una parcela agroecológica, podría disturbar por completo su entorno al grado de -también- llevar a la extinción de la especie, y basta decir que muchas especies son totalmente incompatibles con la agricultura, por lo que lo anterior, no representaría un caso aislado.
¿Qué pasa con las especies que sí son compatibles con la agricultura? Esto es un problema para el land sparing. La alienación de polinizadores de los cultivos es una situación seria que atenta contra la seguridad alimentaria de cualquier comunidad. Si escalamos lo anterior a una escala paisajística, atenta también contra varios servicios ecosistémicos de provisión ya que la presencia de estos organismos no sólo nos brinda más del 90% del alimento (FAO, 2015) sino que también promueven el control de plagas, así como dispersión de semillas y polen.
A veces este debate es cuestión de escalas. ¿Qué queremos? ¿Mucho alimento producido rápidamente o alimento lento pero estable a largo plazo? Si bien nadie duda que la productividad de una parcela convencional (o una situada en un escenario de land sparing) sea mucho más alta en un periodo corto de tiempo -casi inmediato-, la productividad a largo plazo será mucho mayor bajo una estrategia land sharing. Lo anterior representa un ejemplo claro para los cafetales y cacaotales del mundo (Tscharntke et al., 2011). Si bien el café de sol, crecido en un monocultivo altamente intensificado es muy productivo a corto plazo; a largo plazo éste es completamente disfuncional. No sólo el suelo se erosiona y deja de ser fértil, sino que las plagas acaban con los cultivos. Por otro lado, un cafetal de sombra cultivado en una parcela agroecológica (land sharing) podrá no ser ni la mitad de lo productivo que el convencional, sin embargo, genera beneficios a largo plazo como la estabilidad ecosistémica que le permite a los dueños de la tierra o a los campesinos que cuidan de ese cultivo subsistir del campo.
A veces este debate también es cuestión de analizar qué entendemos por prioridad de conservación. Tenemos varias métricas para conocer la biodiversidad: por una lado está la riqueza, que nos habla de cuántos grupos taxonómicos diferentes tenemos por unidad de área, y por otro lado, está la abundancia, que nos habla de cuántos individuos tenemos por grupo taxonómico. Mientras la estrategia del land sharing se enfoca en la riqueza de especies, el land sparing se enfoca en la abundancia. Y ninguno es mejor que el otro, son sólo dos formas (que no deberían estudiarse de forma aislada) de entender la biodiversidad. Veamos por qué: en una matriz permeable, donde la conectividad entre zonas de conservación es alta, es más probable que encontremos una mayor cantidad de especies aún cuando su abundancia relativa sea baja. En una matriz impermeable, es decir, donde la conectividad sea baja porque el paisaje está fragmentado por servicios intensificados, es más probable que en esas zonas muy bien conservadas, pero aisladas, haya más cantidad de unas cuantas especies, que especies diferentes en sí mismas (Soga et al., 2014; Sidemo-Holm et al., 2021).
Estos últimos dos ejemplos nos dejan ver con claridad que el acercamiento real a este debate no puede ser superficial. Hay factores de todos tipos que nos podrían permitir discernir por una u otra estrategia, sin embargo, la naturaleza -así como sus interacciones- muy pocas veces se comporta de forma lineal. Tanto la escala temporal, como la espacial, como el tipo de ecosistema y la estacionalidad juegan un papel conjunto muy especial en determinar la mejor postura para una localidad. Hablar de estrategia global definitivamente sería un error, o al menos, una decisión muy sesgada. Y tengamos en cuenta que no hemos incluído el aspecto sociocultural en el mapa. Personalmente ahorraré mi opinión para no pecar de objetividad, ya que este debate resulta de una fuerte tensión política e ideológica -como también de una ecológica y conservacionista, claro- de sus partes defensoras, al surgir en contraposición a la forma más tajante de industrialización de la agricultura. Finalmente, me parece que el argumento entre una u otra forma de entender la conservación y la producción no es resoluble ante una mentalidad plasmada en el pasado de nuestra historia. Este debate abre una ventana de oportunidad increíble para nombrar el mundo y la relación con el entorno que como humanos sí queremos tener y sí queremos construir, que me imagino que en la totalidad de nuestros lectores, será vivir en un mundo compatible con la vida.
Sobre la autora:
Sandra es Editora Ejecutiva en Toroto. Estudió biología en la UNAM. Le encanta leer y estar en la naturaleza.
Referencias:
Explora reflexiones, investigaciones y aprendizajes de campo de nuestro trabajo en la restauración de ecosistemas.